martes, 13 de octubre de 2009

LA ENFERMEDAD COMO NEGOCIO

Wenceslao Cervantes Hernández e Ignacio García Madrid

El maestro pregunta a sus alumnos de medicina de la universidad:
“¿Saben para qué sirve el apéndice?” Un alumno se atreve a responder:
“Es un órgano linfoide, produce mucosidad y su acción más importante es en la vida intrauterina”. “Equivocado” –dice el maestro y aclara: “Sirve para pagar las letras del automóvil nuevo”

Una cesárea es una intervención quirúrgica que sólo debe realizarse si peligra la vida de la madre o del feto. Sin embargo, en las últimas décadas en todo el mundo y especialmente en México, el número de bebés nacidos mediante cesárea se ha multiplicado:

“En los años 60, en México, el 3% eran cesáreas; en 1990 la tasa había aumentado hasta un 30% y en el 2001 la tasa de cesáreas llegó hasta un 80% en hospitales privados de todo el país”1.

En los hospitales del sector público, la proporción de operaciones cesáreas también se ha incrementado, aunque en menor grado: en 2007 se reportaron 36.9% de cesáreas en ese sector, mientras que en el privado la tasa fue casi del doble: de 68.7%2. En contraste, en las zonas rurales donde la atención del embarazo y del parto la brindan parteras, médicos y/o enfermeras de las clínicas de salud y en algunos casos los familiares mismos de la parturienta, la tasa de cesáreas es muy baja. En 1985, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció que no más de 15 por ciento de los embarazos deberían concluir con una cesárea, con base en los indicadores de países que reportan bajas tasas de mortalidad, como es el caso de los europeos y en particular de los escandinavos, cuyas tasas de cesáreas no pasan del 10 por ciento”3.

Si bien en las ciudades cada vez más mujeres posponen su primer embarazo hasta después de los treinta años, lo cual en algunos casos puede volverlo de alto riesgo y hacer necesaria una cesárea, los altos porcentajes de estas cirugías resultan un indicador de los intereses comerciales existentes de la atención médica en nuestro país. La biomedicina en México no siempre se aplica en función de las necesidades de atención y de las características culturales de los pacientes y de sus familiares; interviene en algunos casos, en las modalidades de atención, el móvil de lograr mayores ganancias, sin necesariamente brindar al paciente y a sus familiares información clara y precisa sobre las implicaciones de los tratamientos y sobre los efectos secundarios que pueden surgir de ellos, tanto a nivel físico como económico y social. Los riesgos inherentes a muchas intervenciones médicas resultan inaceptables en aquellos casos en que esas intervenciones son innecesarias.

Pasando a otro ámbito de la medicina, el de la medicación, los laboratorios farmacéuticos han desarrollado elaboradas estrategias publicitarias para incrementar sus ganancias, dejando en segundo lugar el bienestar de la población. Sus estrategias abarcan la publicidad de sus productos en diversos medios de difusión, incluidos los programas informativos con entrevistas a especialistas que dan orientación general. A menudo, sin embargo, estos programas y entrevistas terminan o se ligan con anuncios de medicamentos preconizados justamente contra la enfermedad o el síntoma del cual se ocupó ese programa o esa entrevista. Esto promueve la automedicación, lo que es reforzado por el hecho que muchos de esos medicamentos se pueden conseguir en las farmacias sin receta médica. Contradictoriamente, la Secretaría de Salud y las empresas farmacéuticas recomiendan recurrir al diagnóstico de médicos certificados y no automedicarse.

Un estudio realizado en Europa por la organización no gubernamental Consumers International, reportó:

“En la venta de medicamentos con receta no está permitida la publicidad tradicional; por ello, las estrategias publicitarias de los laboratorios tomaron caminos más ‘ingeniosos’, como la utilización de pacientes, estudiantes y farmacéuticos, además de los médicos, para promocionar sus medicamentos”4.

Las compañías farmacéuticas cuentan con visitadores que se encargan de mantener actualizados a los médicos respecto a los nuevos fármacos, por lo que muchos médicos particulares fungen también como vendedores de medicamentos.

En cuanto a la publicidad que las farmacéuticas realizan, el estudio de Consumers Internacional antes mencionado, reportó:

“Se contaron en total unas 972 violaciones de las prácticas éticas de promoción de medicamentos. Entre ellas, más de un 35 por ciento estuvieron relacionadas a información engañosa sobre el medicamento. Este tipo de violaciones apoyan aún más nuestra afirmación de que la promoción de medicamentos no tiene en mente el interés de los consumidores, sino que se centra en generar beneficios, maximizando los ingresos por ventas"5.

A su vez, la OMS ha propuesto el concepto de “automedicación responsable” la cual:

“…involucra el uso de productos medicinales por el consumidor para el tratamiento de problemas o síntomas autorreconocibles, o el uso intermitente o continuo de medicamentos prescritos por un médico en enfermedades o síntomas crónicos o recurrentes. En esta definición, como en otras declaraciones hechas previamente, la OMS reconoce la posibilidad de que el paciente/consumidor utilice ciertos medicamentos, inicialmente prescritos por un facultativo, para el manejo de problemas de carácter crónico o recurrente, adelantándose de hecho a lo que, años después, el gobierno británico haría al convocar a la agencia reguladora (Medicines and Healthcare Products Regulatory Agency) y a diversas asociaciones médicas, de profesionales de la salud, de consumidores y de la industria farmacéutica a elaborar y llevar a cabo un programa encaminado a aumentar la disponibilidad de medicamentos de venta sin receta para el alivio de problemas crónicos”6.

Por lo que refiere a México, nuestra Ley General de Salud, en su artículo 226, autoriza para su venta en farmacias medicamentos sin receta, así como medicamentos que para adquirirse no requieren receta médica y que incluso pueden expenderse en otros establecimientos que no sean farmacias7. No obstante,

“…se estima que casi 60% de los medicamentos que requieren receta médica se venden libremente en México, y este panorama es similar en toda Latinoamérica. Al respecto, una de las causas que conducen a la autoprescripción es la falta de leyes sobre clasificación y comercialización de los fármacos”8.

Es necesario considerar que una importante proporción de la población aun recurre a los curanderos y a remedios populares ancestrales que han probado ser efectivos para diversos males. Al insistir en la peligrosidad de la automedicación, el estado y las empresas farmacéuticas descalifican a priori el complejo sistema de la medicina tradicional, al cual se vinculan de manera importante aspectos económicos y relaciones sociales, sustentadas por una serie de especialistas populares, como son curanderos, parteras, yerberos, hueseros, sobadores, rezanderos, etc. La llamada “medicina tradicional” generalmente es rechazada por los agentes de la medicina moderna, auspiciada por las empresas farmacéuticas y los grandes corporativos médicos particulares. El Estado mexicano ha basado su sistema nacional de salud en la medicina moderna o biomedicina; sin embargo, el acceso a una biomedicina de calidad se encuentra distribuido de manera muy desigual, dada la caída del empleo con prestación de seguro social y el llamado “seguro popular”, que no cubre muchas necesidades esenciales de atención médica. Cualquier persona puede ser atendida en una clínica del IMSS, pero si no es derechohabiente tendrá que pagar por la atención recibida; ¿cómo pagar por estos servicios si gracias a las políticas gubernamentales aplicadas para controlar la inflación tenemos un salario real cada vez menor? De esta manera, el gobierno pone al pueblo entre la espada y la pared, descalificando la medicina tradicional y volviendo inaccesible, por cara, la biomedicina.

Articulando la reflexión anterior con la forma en que el gobierno actual en México maneja la información oficial sobre salud, resulta inquietante que en la reciente epidemia de influenza la información respecto al problema haya sido tan confusa. Si las aglomeraciones representaban un enorme riesgo de contagio, ¿Cómo fue que en todas las prisiones del país se superó esta contingencia prácticamente sin casos de influenza, máxime sabiendo que los presos viven hacinados en condiciones antihigiénicas? Por ello, se sospecha de la conveniencia de ocultar datos y destacar aspectos irrelevantes como el lavado de los salones de las escuelas; no obstante, esta estrategia se revirtió y reveló la poca atención a los sanitarios escolares, observándose insuficientes excusados, muchos rotos y en particular, falta de agua para su funcionamiento. De no ser por esta contingencia las autoridades sanitarias nunca se hubieran preocupado por los baños escolares ¿y cómo andamos con los índices de enfermedades diarreicas agudas en niños?

En esta dinámica mercantilista de la enfermedad, se puede percibir una escala que va desde productos de bajo costo pero de amplia venta (analgésicos) hasta productos y servicios de acceso restringido por sus altos costos (cirugías, estudios de laboratorio y hospitalizaciones), desdeñando la tradición del cuidado doméstico de la salud, así como la necesidad de una educación de calidad para el autocuidado y la prevención de diversos accidentes y enfermedades.

Como parte de la política neoliberal de privatización de las funciones públicas, el Estado desatiende sus responsabilidades y las transfiere a los particulares. De esta manera ha quebrantado los servicios del IMSS, ISSSTE y Salubridad, al autorizar presupuestos insuficientes para renovar equipo, pagar mantenimiento, sueldos, medicamentos y material general, dando por resultado un servicio deficiente y justificando así la promoción de la medicina privada: Esta dinámica de privatización provoca voracidad hacia los pacientes poseedores de seguros de gastos médicos mayores, que son tratados como “tarjetas de débito”, de las cuales se puede disponer a discreción. Dada la complejidad de la terminología médica, se hace necesaria una asesoría para evitar abusos en la solicitud de análisis químicos, estudios de gabinete y tratamientos no siempre necesarios.

El proceso salud-enfermedad-atención es muy complejo y este artículo no pretende abordar todos sus aspectos, pero sí dejar abierto el debate y la reflexión con una serie de preguntas:

¿La situación de desempleo, los bajos salarios, la incertidumbre laboral, el tiempo que no alcanza para mantener vivienda, ropa, mobiliario; el aumento de precios y de impuestos… ¿no desemboca acaso en el deterioro de la salud individual y familiar?

¿Será posible detener la política gubernamental de privatización de los servicios médicos y recuperar el nivel de calidad de instituciones públicas como el IMSS, el ISSSTE y Salubridad, que en alguna época brillaron por su atención a los derechohabientes, por su investigación y sus instalaciones, y hacer accesibles sus servicios a toda la población?

¿Será posible detener la avalancha de “valores neoliberales” (un buen pago merece un buen servicio; un mal pago…) que incita al profesional de la medicina a promover operaciones innecesarias para poder pagarse un lujoso pero insustentable tren de vida mediante el crédito de sus tarjetas bancarias?

¿Es posible detener el poder fáctico de las farmacéuticas que hacen de su exclusividad recursos químicos básicos y descalifican a su vez las prácticas médicas de amas de casa, curanderos y parteras? ¿Será posible todavía desarrollar una medicina mexicana, es decir, una medicina que se retroalimente tanto de los saberes tradicionales como de los adelantos de la ciencia contemporánea?

¿Es posible recuperar nuestro derecho (como pacientes y como familiares) a ser debidamente informados sobre los tratamientos propuestos por los médicos cuando nos enfermamos o accidentamos?

¿Es posible recuperar nuestra capacidad natural de sanar mediante el autocuidado y la autoatención para evitar en lo posible enfermedades graves que requieren tratamientos complejos?

¿Es posible recuperar nuestro derecho a decidir cómo y con quién queremos atendernos?

Estas preguntas implican que todos los mexicanos, independientemente de nuestro nivel económico, ideología política, creencias religiosas y sobre todo nuestra ubicación geográfica, tengamos acceso a servicios médicos de calidad en hospitales y clínicas debidamente equipadas, con médicos y enfermeras bien capacitados que hagan énfasis en el cuidado de la salud y no en la enfermedad como negocio.

EL TLACUACHE Suplemento Cultural del Centro INAH Morelos en el periódico La Jornada Morelos, 11 de octubre de 2009, no. 385

No hay comentarios: